
ABUELITO DIME TÚ
Por Pablo Colombo
Antes me parecía a mi papá, ahora soy idéntico a mi abuelo. El mismo bigote canoso, las mismas manos trémulas, la misma cabeza semicalva. “Si el pelo fuera tan importante crecería para adentro y no para afuera” -repito para mí en la oficina de PAMI-, pero a veces las cosas son lo que parecen. Agacharme y volverme a levantar es una tarea digna de todo tipo de interjecciones. Hoy se me cayó un carozo de palta y le perdoné la vida: le dije “ahí te quedás hasta que venga mi hija”. Hace rato que no corro más el colectivo, y bajar de uno implica agarrarme de todos lados como un mono en calesita.
En mostradores poco serios, con sorna, me han dicho alguna vez “sírvase, joven”, pero para eso tengo un antídoto mortal, la jugada preparada: les respondo “gracias rubio”, y eso raramente falla. ¿Racismo? No señores, estadística.
Pero nunca sangran más las coronarias del geronte que cuando le dice “abuelo” alguien que jamás podría ser su nieto. Que te diga “padre” o “tío” alguien de 45 años vaya y pase, es verosímil. Pero “abuelo” es un insulto declarado. O peor: prefiero la intención de herir antes que la caridad desubicada, que te rebaja al andador y al papagayo. “¿Se maneja Ud. con internet?” te descerraja la minita, por ejemplo, y te dan ganas de responderle que te manejás con ella desde antes que sus padres la concibieran en un picnic. “¿Tiene e-mail?”, te preguntan, como quien insinúa que no sabés comer con cuchillo y tenedor. “¿Quiere que lo ayude?”. Andá a ayudar a tu abuelito.
Hace frío en la oficina de PAMI esta mañana, espero terminar con este trámite insufrible cuanto antes. Viene el empleado y me pregunta: “Buenos días caballero, disculpe la demora. ¿Usted se maneja con Instagram?” Ante mi palpable desconcierto insiste en humillarme por completo: “no se preocupe abuelo, se lo paso por e-mail”.
