REVISTA N° 21


RESUMEN DE ESTE NÚMERO:
* VARIETÉ / La Wargon pidió chancear con su muerte y le dimos el gusto.
* por Claudia Baier / A lubricar mi amor: Era para untar.
* por Viviana Sgavetti / Agarrame el Epíteto: Insultar es un arte.
* por Pablo Colombo / Cuento chino: Mercado Libre te apoya.
* por Gabriel Steinberg / Moderno, las pelotas: ¿Pasta o pollo?
* por Leonardo Silveira / Mal día: A las pruebas me remito.
* por Lidia Poggio / Pendiente sexuales de la Octogenaria: Mientras el cuerpo aguante.
* por Alejandro «El mínimo» / Recuerdos de la convertibilidad o el futuro ya llegó: Los 90 no me los cuentan.
* por Liz Marino / Divagues x2: ¡¡Volareeee oh oh !!
*LEAN, NO SEAN BESTIAS / Nuestro amado e inamovible rincón literario.
EDITORIAL
Alegría de vernos como siempre, y como siempre ¡tarde!.
Confieso que en este número yo fui la culpable, porque mi mansa vida pegó un barquinazo que vale la pena narrarse, quizás porque la moraleja nos compete a todos.
Nunca imaginé que en mi austera y solitaria vida pudiese caber un episodio de celos, pasión y sangre… en mi propia cama. Pero debo aclarar que los protagonistas fueron mis gatos.
Hace unos meses tomé la decisión de no ser una vieja de mierda, sino la vieja de los gatos. Me parece más elegante e infinitamente más justo. Amparados en este criterio terminaron viviendo en casa: Colette, divina gata en tecnicolor, histérica, con aires de princesa rusa pero casta (léase castrada), caderas tropicales (léase gordita) y lealtades cíclicas.
Al poco tiempo se sumó el Malevo, gato salvaje y sin dueño que se acercó al fogón sólo para comer y gritaba como una prima donna a la que están violando.
Colette mantenía con él ese tipo de relación en la que es experta: un día te odio y te muestro las garras y al otro te doy besitos de hocico. El Malevo era indiferente a las dos actitudes, siempre y cuando su plato de comida estuviese lleno. Siempre se mantuvo como “el gato de afuera” pero integrado a la familia y siguiendo las reglas que se habían impuesto. Vivía donde quería, dormía donde podía, y recibía comida sólo por no gritar.
Así las cosas, un jueves a la cinco de la tarde abrió la puerta mi hija y triunfante gritó ¡Mirá lo que traje! Asado -pensé yo- tan materialista como me ha vuelto la vida… Pero se notaba que el obsequio era más pequeño, tirando a un anillo. En síntesis: era un gatito cuasi siamés, un manojito de pelos blancos y ojos celestes, tan chiquito que cabía en la palma de mi mano. Me rendí en el acto. Me había olvidado del trabajo que dan los bebés, sobre todo porque dormía en mi cuello.
Colette reaccionó muy mal, me retiró la palabra y abandonó el lecho. Pero corrió el tiempo y el diminuto Félix comenzó a caminar un poco a los tumbos pero con bríos, y fue entonces cuando Colette depuso sus hostilidades, tuvo un ataque de madre y -como toda madre de cualquier especie- comenzó a ¡lavarlo!.
Así estábamos, buscando un nuevo equilibrio, cuando el pequeño enano se enfrentó -vidrio mediante-, con el Malevo. Y comenzó la catástrofe. Si el chiquitín fuese normal se habría limitado a mirarlo con esa curiosidad intensa pero mansa de los gatos, pero su sangre de siamés loco lo traicionó y se le plantó delante con aires de dueño enfurecido. Se arqueó, sacó las uñas, y en fin desplegó toda la danza de guerra que acostumbran los felinos. A mi me dio risa. Al Malevo no.
A las dos y media de la mañana, cuando los tres dormíamos, escuché algo así como un refucilo que entraba por la ventana, y sentí que algo pasaba a los pies de la cama. Vi huir a la sombra. Salté, prendí la luz y sobre el piso encontré al pequeñín, casi degollado en un charco de sangre. Creí que había muerto. Lo alcé, lo envolví en una toalla y entendí que era una urgencia veterinaria… ¡sí! ¡aquí en Mendiolaza! donde de noche no hay piedad ni ambulancia para ningún humano! Como el enanito respiraba, me porté como buena madre, lo lavé con algodón para demaquillarse y él lloró en mi cuello hasta que se hizo de dia, con maulliditos de pájaro. Al dia siguiente lo vio un veterinario, antibióticos, desinflamantes. Hoy corre por toda la casa.
¿Y la moraleja?
No es cierto que la naturaleza sea paz y serenidad. Doy fe que en mi departamento de Buenos Aires jamás me hubiese pasado ésto.
Si quieren levantar tan penosa impresión pueden escribirnos a
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– Cristina Beatriz Wargon –
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Alias: PONCHO.RAMA.GAS

varieté

«DIVAGUES X 2«
Por Liz Marino

«RECUERDOS DE LA CONVERTIBILIDAD o
EL FUTURO YA LLEGÓ»
Por Alejandro el Mínimo

«PENDIENTES sEXUALES dE lA oCTOGENARIA«
Por Lidia Poggio

«CUENTO CHINO»
Por Pablo Colombo

«MODERNO, LAS PELOTAS»
Por Gabriel Steinberg

«AGARRAME EL EPÍTETO«
Por Viviana Sgavetti

«MAL DÍA»
Por Leonardo Silveira

«A LUBRICAR MI AMOR«
Por Claudia Baier






