
¿PARA QUÉ ERAN LOS DEDOS?
Por Gabriel Steinberg
Por suerte había decidido ir sin el auto.
Manejar borracho está mal, casi como tomar mate con coco, está mal.
Los asados en la casa de Pablo eran como el Fernet. 70/30.
30% de comida, 70% de bebida, Bah, de vino en realidad.
Es por eso que para cuidar mi vida, la de los demás y para que no me quede un tatuaje del volante en mitad de la frente, ya había decidido que entre los gastos de la salida estaba sumado el ida y vuelta en algún auto de aplicación.
Así que de madrugada, a eso de las 05:00 hs. pedí un auto y a casa. Como siempre con el celular en la mano, no importa si jugando al Candy Crush, revisando mails o tratando de buscar a alguna que estuviera tan borracha como yo para tomar un trago más y aunque sea terminar durmiendo abrazados, porque no estaba en condiciones ni de imaginarme otra cosa.
Intercambié alguna charla con el pibe que manejaba que me hizo parecer que era buena persona.
Llego a casa, y cuando quiero avisar que llegué bien, laputamadrequeloparió. ¿Dónde carajos está mi celular?
Encima los pajaritos cantando alegres cuando yo ni siquiera me acosté completaban un combo explosivo. Malditos pajarracos, ojalá terminen en una olla de polenta.
Ahí te das cuenta que la vida sin celular no tiene sentido.
No tengo otro teléfono desde donde avisarle a nadie.
Nunca se van a enterar que llegué.
No sé de memoria el número de nadie.
Mis fotos.
Las de la familia de toda la vida.
Las fotos prohibidas.
Mis chats.
Las aplicaciones de citas. Tengo todas las charlas pajeras !!!!!!
Me quiero cortar las bolas.
Encima mañana domingo.
Voy a tener que ir a hacer la denuncia, ¿quién me va a dar bola un domingo en la comisaría?. Todos los que quieran hablar conmigo no van a poder, se van a preocupar, mi hermana si ve que no me conecto tanto tiempo es capaz de venirse desde La Plata.
Mi hermano ni se va a enterar, no voy a poder ir a la cancha porque el carnet es digital, no voy a poder manejar, absolutamente todos los documentos están en la aplicación, hacer la denuncia en la empresa telefónica, retirar en algún local un chip y gastarme una fortuna en un aparato nuevo. Un domingo solo en un shoping conseguiré uno. ¿Y cómo lo compro? Mercado Pago también se me fue en ese maldito auto.
Solo quiero ponerme a llorar en un rincón de la casa en posición fetal, con una medialuna de grasa en la mano.
¿Tiene sentido la vida sin celular? ¿Cómo hacían antes? No tenían celular, pero por lo menos no lo podían perder.
¿Qué perdían una agenda? Y bueno, seguro que tenían aunque sea una más vieja en el cajón de la mesa de luz, ahí al lado de la caja de Clonazepan.
Nadie iba a ir a denunciar en la comisaría que le robaron la agenda.
El Tinder !!!!!!
Un feo como yo no tiene demasiados “matches” y justo se me habían sumado tres en los últimos dos meses. Estoy meado por un orangután.
Listo, después de hacer todo eso, iré hasta la casa de Pablo, como para que se tranquilice después de veinte horas que seguramente está re preocupado, capaz que siguió tomando vino desde anoche esperando que le avise que llegué bien.
Le pediré su teléfono como para por lo menos avisarle a los contactos en común.
Después volveré a casa y de nuevo me pondré a llorar en posición fetal, ya a esa hora con una empanada de verdura light. Nada tendrá sentido.
Son las seis y media ya, recontra amaneció.
Timbre. Debe ser equivocado, no espero a nadie a esta hora.
Otra vez timbre.
Hinchado las pelotas, me levanto y atiendo.
¿Quién es? Digo.
– ¿Hola Gabriel?
-Sí. ¿Quién sos? Insisto.
-Soy Alberto, el chofer del auto que te trajo hace un rato. Te olvidaste un celular en el auto.
Abrí la puerta, me hice el agradecido y le tiré unos mangos.
Pero qué tipo de mierda.
Me cagó todos los planes que tenía hechos para el domingo.