
«CRÓNICAS DE MENDIOLAZA N° 18»
Por Cristina Wargon
Hablar sobre el frio es de una vulgaridad sólo comparable a la de hablar del calor. Pero ambas pueden deslizarse con facilidad a hablar de política, tema que nos pone más que calientes y además nos arruina el hígado, ¿qué podríamos decir de este perverso gobierno desquiciado, o de la inepta o corrupta oposición? Mejor hablar del frio que aquí, en Mendiolaza, hasta nos dio una modesta nevada dominguera, tan leve (y así de hermosa) que se la perdieron todos los que dormían la mañana reponiendo los excesos del sábado. Igualmente continuó con ráfagas de nevisca toda la tarde, un clima de película de terror que más habilitaba un suicido que a la alegría transparente de la mañana. De cualquier modo, como el frio no aflojó nunca ocurrieron cosas diversas. Por un lado, se murieron todas las plantas, salvo unas que había guardado a los pies de la cama, adentro de las frazadas (pinchan mucho). Por otro lado, tanto frío permitió una identificación instantánea de los mendiolaceños de pura cepa y de los recién llegados: los primeros andaban con camperas y si bien puteaban un poco, se los veía activos y hasta contentos, los “no adaptados” eran una masa de mocos, tiritantes, con tanta ropa que una se preguntaba si se habían vestido o envuelto en el colchón. Otra curiosidad fue el valor que cobraron los gatos: una especie abundante en el pago y que como todo lo que abunda está a un tris de sobrar, pero que en estos días se transformaron en ciudadanos de lujo. Nada como un gato para meter entre las sábanas, salvo un marido, pero justo es reconocer que casarse para tener los pies calientes no augura un buen matrimonio.
Después viene el delicadísimo rubro del baño. Bien podría contar, para no quedar como roñosos, que aquí faltó el agua y hubo cortes de luz, cosas que no nos hacen ninguna mella en el verano. Pero parece que la temperatura nos alteró, y nadie se bañó ni bajo amenaza de muerte. Como en realidad somos limpitos, amén del clásico baño polaco (no me explayaré), se comenzaron a usar otros elementos : la perfumina para la ropa vino muy bien para el pelo, hubo casos en que se usaron los productos para balde que nos venden a las mujeres “para que la casa huela a brisas de los andes”, sé de alguien que apeló al querosene y de otro que se puso lavandina, y quedó bien pálido.
Pero aun queda un tema por analizar: el rubro erótico. Por lo pronto, la certeza sobre los efectos de tan inhóspito clima la tendremos dentro de nueve meses, pero desde mi óptica de soltera me queda esta duda: ¿la fricción de los cuerpos produce alzamientos inesperados? ¿o la deflación y contracción que produce el frío sobre esa parte tan pequeña y vulnerable lo hacen imposible? Solo tengo una certeza: los únicos imperturbables siempre fueron los amantes clandestinos. El pecado te hace entrar en calor (y la virtud obligada ¡congela!).
¡¡¡ Cierren esa puerta, carajo!!!