
LA NAVIDAD DE ESTANISLAO
Por Alejandro el Mínimo
El ambiente había cambiado en Estancia Old. El calor no.
Mientras caminaban por la peatonal de tierra paralela a la ruta Jazmín, el cuis, Ernestina la lagartija y Estanislao observaban a los Papa Noel tirados boqueando a través de la espesa barba de algodón y los trajes de paño rojo.
El puesto de regionales estaba atestado de artículos importados. El gaucho, encandilado por las luces led, se emocionaba ante la avalancha de artículos inútiles que llovían por su terruño. Las mascotas de pronto tiraron de la cadena de ahorque. Ernestina movía las dos colas frente a un dinosaurio rex de peluche, y Jazmín miraba con ojitos de enamorado a un carpincho flúo de plástico duro.
Conmovido como buen padre ante las demandas de su cría, puso en marcha un emprendimiento acorde a la fecha para hacerse de los dólares necesarios para comprar en secreto los regalos. Inspirado en las fiestas, eligió los espinillos más espinosos y comenzó a vender árboles de navidad autóctonos. El sincretismo cultural atrajo al turismo internacional de Mendiolaza, Tanti, San Esteban y otras urbes deshidratadas, libres de porteñismo. Este éxito económico desató el costado ambicioso de Estanislao, y se planteó la idea de hacer de esto un verdadero negocio.
Sacó del museo de la convertibilidad la calculadora solar del abuelo y se lanzó de lleno al mundo del marketing digital. Con las proyecciones de ventas en el bolsillo, se dirigió al Banco De La People que funcionaba en el super chino, al lado de la carnicería. Bajo una lamparita de veinticinco watts que oscilaba, sentado sobre un cajón de manzana, el aspirante a empresario de alpargatas doble yute negociaba. Los términos eran duros. El gaucho de bien pedía un préstamo mostrando los números potenciales de venta, el chino no quería bajar el interés y amenazaba con la mafia yakuza si no pagaba, a esto le retrucaba el inversor que esa mafia era japonesa, que también tenían esa franquicia mafiosa y ahora se hacía en China, afirmaba el paciente oriental.
Al fin llegaron a un acuerdo. Los tres se fueron con el monto de una jubilación mínima y dos kilos de yerba compuesta.
Corrieron Ernestina y Jazmín al puesto del capibara y del dinosaurio rex arrastrando al pater familia, que con ojos desorbitados descubría la invasión de espinillos de navidad importados que abarrotaban los puestos de venta incluyendo kioskos, farmacias y dietéticas con un precio anémico.
La verdad le cayó como la piedra en una tormenta de verano. “Imposible competir, ¿y ahora cómo voy a pagar?”, se repetía en voz baja para no preocupar a los pequeños.
Sombras de ojos oblicuos lo empezaron a seguir… Entonces tomó una decisión bíblica conocida en los anales de Estancia Old como el Éxodo de Estanislao.
Y así, en el crepúsculo, en esa hora huidiza que todavía escapa a los mercados, se los vio recortados contra las sierras camino al Uritorco.
