
ABRÍ QUE ENTRA TODO
Por Liz Marino
Llorando y limpiándose los mocos Brenda se calza el tailleur negro que a él le gustaba, los tacos más altos, se peina como puede. La toma a Mandy, que asustada agarra su dibujo y salen para allá.
A Oscar lo están velando a cajón cerrado.
Una vez que la había pegado, pintón, buenazo y con guita. Y me quería, piensa Brenda y ahí llora más. Tan bueno no iba a durar, así es la puta vida.
Llegan y ahí está el cura Aurelio, haciendo que reza mientras escanea a todos, y el de traje, el escribano Rizzoti, y los empleados de la empresa, y los de la funeraria. Y del otro lado del ataúd, Hilda y los chicos. La Armada Brancaleone. Hilda ajada, torcida, con su cara de culo y claro, si siempre anda mal, ahora tiene un motivo. Tomás, Lucas y Candela rodean a su mamá y lloran, los varones ya son más altos que ella. Los amigos de Oscar van llegando y abrazan por igual a las dos mujeres, no están para quilombo.
Con el muerto ahí nomás, Hilda está pendiente de lo que hace Brenda. Le mira la pilcha, los gestos, las piernas, y a Mandy, chiquita, salió preciosa la guacha.
El muy hijo de puta. Dejarme puede ser. Pero armar otra familia así no se perdona.
El padre Aurelio arranca su sanata, hoy despedimos a Oscar, un hombre que en lo mejor de su vida deja este mundo rodeado de sus cuatro hijos y de quienes lo han amado -mira a las dos mujeres-, el amor trasciende la finitud de la vida y bla bla bla.
Mandy quiere dejarle el dibujo a su papá. Brenda se acerca al cura Aurelio, le pide por lo bajo, el cura va hacia la nena.
-Mandy, me dice tu mami que querés dejarle un dibujito a papá. Me parece muy bien. Vamos a dejarlo ahí, sobre el cajón.
– No. Se va a volar o se va a caer. Se lo quiero dejar adentro de la caja a mi papá ¿me la abrís?
– No es posible, hijita. La caja tiene que estar cerrada.
– Yo no soy tu hijita, soy la hijita de mi papá. Abrí la caja porque a papá le gustan mis dibujos. Mandy pucherea…
Ahora Mandy arranca a llorar fuerte y ahí el cura da la orden, destapan apenas el ataúd, Mandy mete por la hendija su dibujo y casi que sonríe. Los demás redoblan los llantos.
Ahí va Candela, que se adelanta con una flor.
-Yo le quiero poner a mi papá esta flor de mi casa
-Las flores van afuera querida, transpira el padre Aurelio
-Pero yo soy la hija y es la flor de mi casa
-Está cerrado el cajón, Candela, vos sos grande, tenés 11 años, vos lo entendés.
-No, yo no lo entiendo porque si Mandy pudo yo puedo. Mandy no es su preferida.
El cura Aurelio se va al carajo:
-Tu papá ya no tiene preferida, querida. Andá con tu mami y después vemos.
Hilda lo escucha y lo detesta. Voy a cagarle el velorio. Esta tilinga y su sacerdote no nos van a llevar puestos. Veinte años viviendo para él y resulta que ahora el cajón sólo lo abren por la “pobre huerfanita”.
Los chicos, mareados por el olor a flores, quieren irse a la mierda, la adolescencia no da para esto, el viejo se te muere, cien desconocidos te besuquean, y ni siquiera podés subirlo a Instagram… Van volando cuando Hilda los llama, le da guita a Tomás, vayan en taxi, manda, que espere abajo, le gustaría mucho a papá llevarse sus recuerdos…
Salen Tomás, Luca y Candela, vuelven al rato con la mochila grande y Tomás, lloroso, encara al cura
-Queremos dejarle nuestros recuerdos a papá. ¿Nos abrís el cajón un toque?
-Chicos, ustedes son grandes. Saben que su padre ya no necesita bienes materiales, dejen todo sobre el ataúd. Tomás engrana.
-¿Quién dice qué cosa necesita papá? ¿Vos qué sabes cómo es la vida eterna? ¿estuviste?
-La vida eterna no requiere bienes materiales. Reflexionen hijos…
-Y dale con los hijos. Vos no tenés hijos, bah… supongo. Queremos dejarle recuerdos, o sea, es algo “simbólico” ¿lo entendés? Y aflojá, amigo, se nota demasiado que estás caliente con la mujer nueva. Mi vieja está hecha mierda y no le das bola. Qué bajón andar alzado y ser cura, macho, tas peor que mi viejo vos…
El cura Aurelio va a estallar, invoca al Señor, pero acá sólo se trata de administrar el quilombo así que se contiene y da instrucciones, el de la funeraria abre la tapa del cajón unos centímetros. Candela deja su flor adentro, luego va Luca, abre la mochila ahí nomás, saca un joy stick, lo mete en el cajón. Después Tomás, desafiante y ampuloso, con gesto de hombre, saca la pelota de rugby. No entra en el cajón, claro que no iba a entrar. Los empleados hacen gamba, quieren terminar esto, le abren más la tapa. La pelota entra pero el ataúd no cierra, lo fuerzan, la puta madre. Tomás, odioso, desinfla un poco la pelota. El cajón está lleno. Hilda sonríe satisfecha.
El cura Aurelio no da más, va a infartarse él ahora. Retoma el control.
-Viendo el dolor de sus hijos, he permitido que ingresen algunos recuerdos a su última morada, símbolos terrenales de los momentos vividos con cada uno. Procederé a cerrar el ataúd para dejar que Oscar descanse en paz.
Pero Brenda ha dejado de llorar y está asqueada.
-Un minuto Padre Aurelio. Algo pequeño…
Entonces Brenda se acerca al cajón, trastabilla en sus tacos altos, está seria, indignada, el rimmel corrido de tanto llorar. Se detiene junto al ataúd, se sube la pollera y se baja la tanga negra de encaje, va a sacársela pero se le engancha en los tacos altos, así que se toma del cajón y ahí la saca, con movimientos torpes. Todos están atónitos. Hilda se marea, se agarra de Tomás, va a desmayarse. El cura Aurelio está embelesado, tan excitado, lo salva la sotana. Brenda mete sus bragas en el cajón.
–Listo Padre. Ya puede cerrar.