A MOVER EL CULO,
A MOVER EL CULO

Por Gabriel Steinberg

Pongámonos de acuerdo. Nadie ignora que el lunes es un día complicado, salvo que caiga feriado, no importa si es “El Día de la Autosatisfacción” o el aniversario de las “Adoratrices del Divino Bulto”, pero feriado al fin.

Los lunes llego sobre la hora, como siempre, porque me cuesta salir de la cama y porque nadie me paga minutos extras por llegar antes.
Una oficina estándar, seremos ocho o diez empleados.
A la mitad de ellos a eso del mediodía, ya un poco más despierto, me pinta preguntarles qué onda el fin de semana, el resto me importa tres pitos. (Si te llevás como el orto de lunes a viernes ¿por qué te interesaría saber qué fue de ellos el sábado y el domingo?). El día va pasando, se acaba la jornada laboral y creo que ya la complicación del lunes está superada.

Pero para masoquista, aquí estoy yo. Siempre puede ser peor. Los lunes a las 19:30 hs. me puse una clase de gimnasia. A domicilio, porque  si no fuese que viene la profesora a casa, jamás de los jamases daría el presente en un gimnasio.

Son dos horas las que separan mi trabajo de mi clase de gimnasia, y nunca imaginé que sería capaz de desearle tantas cosas a la profe como para que mande un mensaje diciendo que por tal o cual cosa no va a poder venir.
Que se hizo caca en el colectivo, que se le quedó un plomero encerrado en el baño o que nadie le avisó que no había que tocar la heladera descalza y con los pies mojados.

Todos los males complotan contra mí en esas dos horas. Las propagandas de la tele sólo son de galletitas de chocolate, que además bailan en las alacenas haciendo ruidos raros como para recordarnos que están ahí.
Sopla el viento por la ventana y todos sabemos que si hay viento es necesario compensarlo con un submarino con medialunas. Bah, tal vez convenga que sean unas vainillas, no tengo que olvidarme que me estoy cuidando.

Son las seis y cuarto y la turra no me llamó. Seguramente me está preparando una de esas rutinas que me dejan roto. No voy a poder ni levantar las piernas para ir hasta la ducha.
Transpirado, con olor a chivo y sucio, mañana van a ser mis compañeros de oficina los que no me van a querer saludar a mí.
¿Me voy poniendo el short y la musculosa o me va a llamar esta turra?
¡¡¡Ring!!!! suena el teléfono. Es ella, seguro que es ella.
No, es Leo, mi amigo. Me pregunta si quiero pasar a cenar por la casa, que está amasando unos fideos. ¿Casualidad o Karma? Estoy más para escaparme con un tinto debajo del brazo antes que llegue la profe.
Son y media, listo, no vino. Me saco la ropa, me tiro en el sillón control remoto en mano. La culpa no me deja ir a lo de Leo.

Cuando ya nadie lo tenía en cuenta llega un WhatsApp y todo se derrumba. A mover el culo…, a mover el culo… , es el ringtone que le puse a la profe de gimnasia. Y llega con la peor noticia: “ESTOY EN LA PUERTA”.
Hasta me lo pone en mayúsculas. Todavía no entró y ya me está gritando.

-Hola Rosi, pasá, te estaba esperando. Ya te estaba por llamar a ver si andabas cerca, estaba preocupado. Me cambio y estoy.

Cuando vuelvo de la pieza el living es un campo de batalla.
Mancuernas, pelota de goma, pelota más chica, sogas, elásticos, conos, argollas, muñequeras llenas de arena, todo eso acomodado a lado de la bicicleta que compré cuando pensé que esto iba a funcionar.
Una lástima que la bici sea fija, si no por lo menos me serviría para irme a la mierda.
Al final la clase va pasando, siempre me siento un poco estafado. Yo dejando la vida por llegar con la punta de los dedos de la mano a mis rodillas y ella solo cuenta de dos en dos sentada en una silla, 2…,4…,6…
-Vamos con dos series de 10 repeticiones, me dice, y arranca a contar cuando ya llevo 4 hechas.
Ah, eso sí, cree que la voy a querer porque trae un parlantito y pone reageton mientras zarandeo mis bofes. Vergüenza me da encima que los vecinos crean que yo escucho eso.

Y bueh, al final compartimos un vaso de gaseosa, light por supuesto, o un poco de agua fría. Más que eso no se merece la turra, con todo lo que me hizo sufrir.


Se va y por supuesto estoy feliz, con todo lo que me cuesta siento que hice mi clase, obviamente tengo que complementar con algo de dieta. Pero convengamos que si ya hice gimnasia alguna recompensa merezco, pienso mientras me abro una lata de cerveza fría.


La próxima vez es el jueves, ya no lo siento tan pesado como el lunes. Eso no quita que capaz antes de venir se haga caca encima, se le quede encerrado un plomero en el baño o se quede pegada por tocar la heladera con los pies húmedos y descalzos.