
LA PAVA ES MÍA, MÍA, MÍA…
Por Viviana Sgavetti
Esto no es un consultorio sentimental. Por lo tanto, no esperen que encare el tema con seriedad. No es lo mío. La seriedad, digo, los divorcios sí.
Después de seis maridos se puede opinar. Seis maridos significan cinco divorcios –hasta ahora- con sus correspondientes actitudes nobles y agachadas rastreras, de ambos lados. Todos y todas tenemos un coté Hello Kitty y otro Adolf Hitler, por citar ejemplos que no me complican la vida.
Hay varias facetas en el tema. Pero una de las piores así con i, es la venganza del bolsillo.
Tanto da si tuvieron mucho éxito laboral y económico como si siguen viviendo detrás de la casa de la tía Malvina que insiste en no dejar este mundo … y la casa de adelante vacía, de paso. El caso es que siempre va a haber algo que repartir, aunque sean repasadores.
Desde el mal llamado “yancho” en Punta del Este hasta el termo, pasando por vehículos de diferente antigüedad, electrodomésticos, llegando a un par de zapatillas de marca, el inventario de resentimiento es inacabable.
Atesoro una ocasión (mucho tiempo ha) en que el juicio salomónico era sobre la colección de discos de los Rollings, joya preciada si las había. El dogo que teníamos –que también tuvo que ser litigado- zanjó la cuestión comiéndoselos todos, y recibiéndonos babeante con expresión tipo “¿o yo voy a ser el único que va a sufrir acá?”.
A los que andan en esas cuestiones, les paso el 11° mandamiento de las tablas de Moisés y otros tantos credos: “El que se va, pierde”. Si aún no lo entienden, les juro que ya lo harán. Como soy rebeldona e intolerante, en la mayoría de las ocasiones fui yo la desertora. Ah, pero tengo un arraigado sentido de la justicia –que combino con una triste tendencia a la infidelidad-, así que un poco por mala conciencia y otro poco por no dejarlo al chabón en medio de un living vacío, acumulé juegos de platos de dos elementos, y lo mismo copas, cubiertos y demases. Hubo rubros complicados como el de los libros, porque como era habitual antes del Kindle, jamás se devolvían ni se recuperaban los prestados.
Los regalos… terminado el amor, ya no son regalos, pasan a ser inversiones que el ex amado hizo en nuestro beneficio, pero que ya no merecemos, obviamente.
Otra anécdota: había dos necesidades perentorias que cubrir: una era hacerme el implante dental, y otra era un fouton para el living. Mi análisis fue breve y conciso: si nos separamos, pensé, el fouton se lo lleva, pero el diente… El tipo era tan divino que aportó las dos, y al irse no se llevó ni el almohadón del fouton. Todavía somos amigos. Y todavía me lo reprocha.
Podría seguir, porque son muchas, y seguro que los dos desvelados que me leen también tienen lo suyo. Creo que ese pijoterismo retroactivo no es más que una de las manifestaciones de la pérdida, pero aunque en el fondo lo sabemos, la batalla reemplaza las sábanas (ojo, llévense el juego entero, sobre todo si las guardan desordenadas), y las mejillas se nos encienden por la tostadora como si fuera una acrobacia sexual nueva.
Somo humano somo, y es cuestión de que el tiempo, ese reverendo hijo de su puta madre, vaya mitigando la bronca, que dará lugar a una difusa nostalgia en la que, si no somos mala leche, recordaremos lo bueno, que paulatinamente irá tapando hasta la ausencia de la lata de las galletitas estilo country.