EL ACENTO MEXICANO

Por Juan Carlos Cia

El estruendo hizo temblar los vidrios de toda la manzana. La “Desert Eagle .50”  pesa 2,9 kilos descargada. Solo lleva siete balas. Con el cargador lleno llega casi a los 4 kilos. El retroceso ha fracturado varias muñecas. El cartucho “punta hueca” voltea a un elefante a 20 metros. Un disparo de uno “punta plana” parte en dos un tronco de unos 15 centímetros. Algo parecido sucedió con la cabeza de Philip “Dead” Ronson. Literalmente desapareció. Quedó hecha un amasijo de huesos y cerebro, pegado en la pared de atrás. “Deberé usar silenciador” pensó el asesino, no quería perturbar al vecindario.

John “The Rock” Hoffner se aseguró de tener su Walther PPK en la sobaquera. Levantó la solapa del impermeable, inclinó el ala del sombrero hacia abajo y partió hacia las oficinas de la agencia. Tuvo que regresar, había olvidado los cargadores sobre la mesa y es sabido que uno de los defectos de la Walter PPK  es ser inofensiva sin ellos.

De casi dos metros, rubio y con un prominente mentón cuadrado -mucho más grande que su cerebro-  daba el tipo ideal del agente secreto.

Miró por el rabillo de sus ojos hacia ambos lados e ingresó en la Cervecería Joe´s, de un salto se dio vuelta con la mano sobre la culata de la pistola. Nadie lo seguía. Entró agachado, haciendo repentinos giros hacia los costados y la espalda para disparar si presintiera algún peligro -debía asegurarse antes de disparar-. Asuntos Internos suspendió por cuatro horas sin sueldo al 54 por vaciar su pistola sobre una monja de noventa y tres años a la que confundió, por su hábito negro, con un miembro de Hezbollah. Se acodó en la barra y pidió un bourbon. Lo bebió de un trago, pidió otro y pagó -debería protestar, no tenía por qué pagar cada vez que era citado por su jefe y para colmo de males le daban Coke en vez del Bourbon por estar en servicio, pero se lo cobraban como licor-. De la misma manera en la que entró, siempre de frente al centro del salón y caminando hacia atrás, se dirigió hacia el baño de damas. No sabía quién había sido el genio que ubicó la entrada secreta al cuartel general en el baño de damas. Más de una vez había tenido que excusarse y mentir una equivocación, algo difícil de explicar ya que el servicio de caballeros estaba en el otro extremo del local. Incluso, una vez, casi queda tuerto por los paraguazos que le infligió una dulce ancianita.

Con la llave codificada que ocultaba en el taco de su zapato -algo bastante desagradable, sobre todo cuando sin querer se pisaron los excrementos de un canino-, ingresó al tercer privado y apretó el botón del depósito -rebalsó, tendría que volver a llenar la solicitud de reparación del inodoro-, la pared del fondo giró y dejó a la vista a Jane “Big Tits” Adisson, la insinuante recepcionista de la agencia central.

-Hola Johnny, qué bueno verte por aquí, el jefe ya te atiende, te cité un poco antes solo para verte, me gusta mirarte, no sé si te lo había dicho -le dijo la rubia con una sensual caída de ojos y sin dejar de limarse las uñas.

-OK nena, si no estuviera perdidamente enamorado de mi chica te invitaría a tomar unos tragos y luego vería si tu apodo es real. Haz algo útil, dame un taza de café bien negro -solo para eso le gustaba el negro-. La mujer se sonrojó y disimuladamente acomodó los algodones que llenaban su sostén cuatro números más grande.

-Cómo puedes querer a esa latina obesa y grasienta, un tipo como tú es un desperdicio en manos de una latina. Tú, un prototipo perfecto de nuestro wasp (White, Anglo-Saxon, Protestant). No sé cómo no se revuelven tus tripas.

-Escucha nena, amo a mi Rosalinda, amo el color dorado de su piel. Además es miembro del equipo olímpico de gimnasia, sus músculos son de acero. El acento mexicano de mi Rosalinda, es más excitante que tu pastosa cadencia sureña -le dijo ignorándola. La mujer lo miró con ganas de cortarle el cuello. No hay nada peor que una sureña despechada. Y a ella le sobraba pecho para despecharse (o por lo menos eso simulaba). La voz del jefe que chilló por el intercomunicador lo salvó de la furia de la mujer que ya tenía entre manos un frasco con Polonio 210 para ponerle en el café.

La voluminosa humanidad de William “Mother” Johnstone, sentada en una silla de ruedas, sobresalía tras un enorme escritorio. Miró por sobre los lentes, con la mano derecha ajustó los molares de su dentadura -juró nunca más comprar dentaduras chinas- y encendió su cigarro Partagás -Fidel le enviaba puntualmente una caja al mes y el respondía con cuatro frascos de manteca de maní que volvía loco al asqueroso dictador cubano- y extendió la mano derecha hacia el recién llegado. Lo llamaban “Mother” porque debió atender de urgencia -a la sombra del muro de Berlín- a Feodorova Timoschenko, alias La Titi, en el parto de su primer y único hijo. Luego de cortar el cordón umbilical le voló la cabeza a la parturienta. Cumplió así dos misiones humanitarias: traer un niño al mundo y salvarlo del comunismo. Puesto como ejemplo del agente perfecto, inició un meteórico ascenso a la dirección general. Estaba -desde hacía unos años- en silla de ruedas. Baleado por agentes chinos en un pie, no pudo caminar por un par de semanas y encontró tan cómoda la silla de ruedas que no quiso abandonarla más.

-Vayamos al grano Johnny, en el último mes asesinaron a ocho agentes. ¿Recuerdas a Philip “Dead” Ronson? Fue el último. El modus operandi es siempre el mismo, una bala calibre 50 punta hueca en medio de la frente. Poco les queda de la cabeza. Ronson tenía las huellas borradas con ácido, para reconocer el cadáver tuvimos que llamar al pedicuro que atendía sus uñas encarnadas, de los hombros para arriba no quedó nada. Aquí tienes una lista de agentes soviéticos, elimina a esos inmundos comunistas -“Mother” sacó un papel del primer cajón y lo puso sobre el escritorio-.

-Jefe, los tres primeros de la lista son Yuri Tomarenko, Mikhail Adropov y Dimitri Lobkov. ¡Juego al póker todos los viernes con ellos y soy el padrino de la hija menor de Dimitri!

-Son tus órdenes, debes defender a la democracia y a la libertad. Y ya que verás a los tres juntos, no me vengas con una liquidación de viáticos por cada uno. Los eliminas un viernes y ahorramos presupuesto, debemos reducir el gasto. Y no digas más nada. Estamos en guerra, guerra fría y nosotros la mantenemos así, helada para que el mundo no reviente. Los malos son ellos, no tengas remordimientos. Sabes lo que le sucede a los traidores, pórtate bien y cumple con tu deber. Debemos cortar esto por lo sano o nos matarán a todos.

Salió aturdido y enojado. Pidió un Knob Creek Kentucky Bourbon de 50 grados doble, no el Honey, pidió el que derrite anginas, que según él tomaban esos hippies de dudosa sexualidad, y lo pagó con gusto. No veía la hora de llegar a casa para encontrar a su amor. La belleza ingenua pero voluptuosa de Rosalinda era su cable a tierra. Lo sacaba de su rutina de “negocios sucios”. Encontró una cabina de teléfonos y la llamó. Un vendedor de periódicos gritaba la noticia del día. Asesinaron a Martin Luther King. “Un negro menos” pensó.

-Hola cielo. Pon una botella de Dom Perignon en la nevera, estoy en camino.

-Te prepararé algo como para que te chupes los dedos, tú elijes si yo seré el aperitivo o el postre, o las dos cosas.

-Rosalinda, te quiero como aperitivo y como postre.

Condujo su Corvette V8 descapotable como si corriera en Indianápolis. Debería hacerlo revisar por el mecánico. Su motor de 8 litros de cilindrada estaba consumiendo mucho, tuvo que detenerse en una gasolinera tres veces antes de llegar a su apartamento. Entró con la expresión de un niño con un juguete nuevo. Ella lo besó con un roce de labios, con la mano derecha le revolvió el pelo que siempre estaba revuelto y con la izquierda acarició su bragueta, que se abultaba rápidamente.

-Toma un whisky cariño, y ve a recostarte. Espérame desnudito chico, que este aperitivo enseguida será tuyo -dijo la morena, mientras desabrochaba la bata y mostraba la contundencia de su anatomía.

No lo tuvo que repetir. En un instante, Johnny se desparramaba en el centro de la cama tamaño king. Cerró los ojos para relajarse. Respiró hondo y pensó como haría el viernes para dispararle a sus amigos.

-Preparé unos “Moros y cristianos”, te chuparás los dedos, pero primero el aperitivo -gritó desde la cocina

Nunca comí eso, pero si los tacos y los burritos me gustan, también me gustará. La comida mexicana me encanta. Y si la cocina Rosalinda para mí, enloquezco. Pensaba y hacía cantar los hielos que flotaban en el escocés.

Presintió la presencia de su amor y la dejó hacer. Ella inició sobre él su galope infernal. Él abrió los ojos para ver el placer en su mirada. Al momento recordó que en el entrenamiento siempre le hacían hincapié en que no sabía reconocer los distintos acentos.

-Eso te costará caro algún día- le decía siempre su maestro. También comprendió que no sabía nada de cocina étnica. En ese instante, fugaz instante, se dio cuenta de que el acento de Rosalinda no era mexicano sino cubano. Lo último que vio fue el orificio del silenciador de una Desert Eagle calibre 50. La mujer, sin dejar de gemir y suspirar, le sonrió y con delicada brutalidad apretó el gatillo.