PERMUTO IGLÚ POR CALOVENTOR

Por Liz Marino

Mi marido lo niega pero en casa hace frío, así que el otro día compré una estufa de tiro balanceado, pero en cuanto la instalaron noté que se balancea sin parar ¡te marea! ¿y quién quiere marea con este frío? 

Fui a quejarme muy enojada, les dije “mi tiro balanceado se balancea, exijo me exhiban su balance”.  Se negaron, deben de ser una de esas mugrosas empresas que tienen que lavar hasta el dinero, de hecho ayer pasé y ví que afuera habían tendido con broches muchísimos billetes de cien dólares. Mojado con este frío, pobre Franklin.

Seguí congelándome y como mi marido siempre tiene calor y no empatiza, se me dio por quejarme quince veces por hora, con toda razón. Pero al muy intolerante le pareció demasiado y ya harto me dijo “Cortala. Si querés saber lo que es el frío te invito a Groenlandia”.  Su respuesta gélida me decidió: esa misma noche compré los pasajes sin descuento y sin cuotas, con su tarjeta de crédito dado que él me había invitado. 

Recién un día antes del viaje supe con quién estaba casada: el hipócrita metió en su valija una campera para nieve, un chaleco térmico, tres buzos polar, seis camisetas, guantes gruesos y hasta un calzoncillo largo de frisa.  Ahí me puse firme: “Así no, le dije, vas a ir en remerita, yo pasé frío acá y ahora te toca a vos”.  Él me contestó “las pelotas”, algo que no entendí porque claramente yo le estaba hablando de otra cosa. Entonces me la vi venir, pensé: no vamos a ir hasta Groenlandia para que él se borre a jugar a la pelota con los muchachos, además ellos no tienen pasaje ni entran en el equipaje de mano. Por lo que deduje que mi marido no está bien de la cabeza, o por lo menos de las pelotas, y en cualquiera de los dos casos sería mejor no llevarlo a Groenlandia.

En el acto lo encaré y le pedí tomarnos un tiempo  y  -ambos cronómetro en mano- aceptó.  Ahí llamé enseguida a mi amiga Lali que se prende en todos los viajes, pero me dijo que no, que gracias, y que le avise cuando haga el Caribe. Es rara Lali.

Así que acá estoy.  Sola en Groenlandia extraño el frío de casa, tan acogedor, y a mi marido con la pava y el mate mirando juntos la tele, o leyendo el diario. Acá no se entiende un carajo de ninguno de los dos.

Por eso digo, no hay que idealizar la vida en el exterior:  queda muy lejos, el clima es horrible y la decoración ni te cuento: los iglús tienen cero onda y olvidate del asado, ¡ninguno tiene parrilla!