SÍ, QUIERO

Por Claudia Baier

La fauna variopinta de las amigas incluye siempre una activista y militante del amor.

Vive enamorada o con ganas de enamorarse. Siempre está dispuesta a tirarse de cabeza en una relación. Tiene vocación decidida por la convivencia o el casorio, y para maternar varios hijos.

El resto oficiamos de contrapeso para que no se estrole, o al menos para amortiguar el impacto. Y cada vez que nos anuncia una relación incipiente nos miramos con preocupación y pensamos al unísono: “que no lo meta en la casa que no lo meta en la casa”. A veces el conjuro funciona, a veces no.

Llora mares después de cada ruptura a lo que su hijita le espeta para despabilarla: dejá de llorar por viejos rancios mamá!!. A veces el consejo funciona, a veces no.

Hace un bollito con nuestras recomendaciones y lo tira bien lejos, para lanzarse sin chaleco salvavidas a una convivencia con su nuevo enamorado.  Cuando se marchita el amor después del florecimiento  inicial y la desilusión la cachetea, ella termina durmiendo en el sillón, a la espera que el susodicho se marche. Duerme para el orto y se aguanta el dolor de cintura en la creencia que este atrincheramiento acelerará el proceso. Error, los señores tardan mucho en mover y encima ensayan acercamientos.

El resto estamos pendientes, acompañando las novedades e indicios de movimiento del socotroco por wapp. El más alentador es la búsqueda de departamento en los clasificados por parte del remolón. Pero tarda en arrancar. Es difícil de remover, como las manchas de vino tinto. Hasta que al fin se produce el milagro y el perno se retira, carga sus petates en un flete, y chau chau adiós. En ese momento cumbre nos llega la instantánea del flete yéndose, que fue foto de perfil del grupo por mucho tiempo.

Pero ese recordatorio permanente de lo que costó ese proceso no hace mella en su alma enamoradiza. Con el ánimo todavía maltrecho se pone a stalkear perfiles otra vez y a atender “la oficina” que es como ella llama a su feisbuc. La soledad no la tiene fácil con ella.

Dejó de practicar el catolicismo hace rato, pero la tecnología y más precisamente el wapp hizo que per saltum aterrizara en su grupo de egresadas del colegio de monjas, donde nunca falta la que se despide con un “que la virgen nos cubra con su manto”. No se percibe debajo del manto, pero no abandonará el grupo. Conocer el derrotero amoroso de sus compañeritas bien vale bancarse esos saludos anacrónicos.

Puede mirar una película romántica una docena de veces con el entusiasmo y emoción de la primera vez, conocerse los diálogos de memoria y llorar con espasmos en cada reiteración.

Adora las telenovelas y conoce las vidas de muchos famosos. Es nuestro reservorio de datos en este ítem. Cuando dudamos si Rodolfo Bebán ya espichó o sobre quién era la pareja estelar en Rosa de Lejos, ya sabemos a quién acudir.

Obviamente está suscripta a canal Volver. Quiere tener siempre a mano a Rolando Rivas taxista.

También está enamorada de Las Trillizas de Oro. Se declara fanática perdida muy lejos del llamado consumo irónico o culposo. Las identifica siempre sin errarle. No las confunde como el resto de los mortales. Conoce las fechas de nacimiento de cada uno de sus hijos. Las sigue en las redes e interactúa con otros fanáticos, y cuando obtiene un like de alguna de ellas se retroalimenta su amor.

Escribe poesía, claro. Y lo hace muy bien.

Sueña con ir a París, claro. Por ahora llega hasta Tandil, donde visualiza romanticismo en cada piedra. Y vuelve con varias con forma de corazón en la mochila, a las puteadas por el peso, pero feliz e ilusionada, asegurando que son un presagio de buenos amores.

La culpable de todo fue su abuela materna. Porque cuando era chica las dos cómplices se colaban en las iglesias para ver novias. Cuatro o cinco casamientos al hilo cada sábado. Y en verano la llevaba a Mar del Plata donde sólo maratoneaban cines y teatros, no pisaban la playa y volvían más pálidas que Morticia Adams.

En nuestro grupo ella es la miel que se agrega a las salsas para equilibrar sabores. Para quitarle la acidez que aportamos el resto, que militamos el descreimiento y pesimismo por el amor, las relaciones, la convivencia y el matrimonio.

Pero, ella es la única que sabe descifrar ese momento en que estamos hasta las manos con algún pelotudo, mientras nos hacemos las recias.

Y todas le envidiamos esa abuela.